XIV) Los Exteriores Perdidos
A veces nos acordamos de lo que éramos antes del neolítico y nos armamos de valor, suspiramos, y decidimos recoger algunos objetos y dejar nuestras casas para marchar a otro lugar. Quizás sólo por un tiempo, o quizás no nos atrevamos a soportar la carga de ningún límite: marchamos entonces para dejar crecer nuevas raíces en nueva tierra donde hallar otros nutrientes. En cualquier caso nos despedimos de nuestro hogar, respiramos hondo, subimos al vagón y nos disponemos a atravesar apaciblemente una frontera de espera, una zona de tensa calma como todas las que separan las intensidades de la vida.
Lo que la mayoría de la gente no sabe es que estas fronteras están tan cercanas a Irrealidad que es difícil no sucumbir de una forma u otra a las distorsiones del mundo. Ya se ha escrito en este cuaderno sobre uno de los efectos más extremos. Esta vez mantendremos la calma.
Muchas personas son levemente conscientes de que cuando viajan, efectivamente, están recorriendo una frontera quebradiza e inestable. Es por ello que se remueven en sus asientos, o hablan más alto, o adquieren espontáneamente una súbita familiaridad con otros viajeros (algo impensable en otra circunstancia); andan de un lado a otro sin encontrar destino a sus desplazamientos, puesto que tienen la certeza de que el único existente está al final del trayecto.
Los verdaderamente sensibles a la cercanía de Irrealidad, sin embargo, se quedan quietos mirando por la ventana, ese umbral que creen de una sóla dirección. Observan el paisaje discurrir hacia atrás mientras imaginan (así se tranquilizan porque sería terrible que tal cosa fuera cierta) que el tren permanece quieto. Se maravillan pues, divertidos, de los ocultos engranajes telúricos que pueden desplazar la epidermis del mundo a tal velocidad. Incluso en las paradas, cuando ese exterior de atrezo se detiene, aún pueden sentirlo moviéndose: los andenes arrastrándose hacia atrás, todo lo que hay fuera deslizándose hacia el origen. Debe ser así, sin duda, puesto que aún no han llegado a destino alguno y sólo los orígenes y los destinos están perfectamente quietos.
Estas personas sienten una especial atracción por ciertas porciones de mundo inalcanzables: los Exteriores Perdidos, parcelas de realidad aisladas del resto. Cuando atraviesan los páramos o los campos inmensos dirigen la vista hacia los pequeños reductos que quedan entre colinas, árboles o caminos, rincones sólo adornados con arbustos, peñascos olvidados durante siglos, y tierras secas o con pequeños charcos que quizás nadie nunca ha pisado. También casas abandonadas en mitad de cultivos infinitos, ya sin sendas que las conecten con nada más. O rocas erguidas orgullosamente en la planicie como túmulos olvidados.
Al vislumbrar los Exteriores Perdidos sienten algo parecido a un escalofrío; mucho más intenso si es de noche y esos limitados mundos separados de todo lo demás e inaccesibles salvo para observadores como ellos quedan iluminados fugazmente por la luz que sus habitáculos proyectan hacia fuera. Quizás distingan algún movimiento furtivo y oscuro entre los matojos. ¿Animales que están también de paso y han encontrado fortuitamente ese micromundo, o quizás habitantes del mismo, que no conocen nada más que ese rincón, esa Gondolin secreta donde viven sus minúsculas vidas felices y autosuficientes en su ignorancia?
Muy, muy raramente, las personas que son sensibles a los Exteriores Perdidos se convencen definitivamente no sólo de que el mundo de fuera se mueve y ellos están quietos, sino de que en realidad ellos no están haciendo ningún trayecto, ni siquiera espiritual, puesto que muy cerca de sus cuerpos se han llevado un trozo de hogar que les protege de los mundos fríos e inaccesibles: la luz, la calidez del aire, algunas voces desconocidas que tratan temporalmente como amigas, su asiento, sus pertenencias. Se dan cuenta así de que son tan celosos de esos fragmentos de posesión que no estarían dispuestas a cederlos, y de que viajen donde viajen siempre van a acarrear una burbuja protectora, su propia Gondolin. Porque la necesitan. Porque nadie es capaz de arrancar todas y cada una de sus raíces. Porque el que se ve obligado a ello muere como persona ante el deshaucio más absoluto.
Quien se hace plenamente consciente de todo esto comprende realmente el significado de la vulnerabilidad, y puede escuchar a partir de entonces, si se esfuerza, el batir de algunas Puertas de Irrealidad más cerca de lo que había imaginado. Entonces tiembla.
8 comentarios:
Y eso que no utilizas los trenes de Cercanías de Barcelona... Entonces sabrías realmente lo que son exteriores y el tiempo perdidos, jejeje.
Fabuloso como siempre, tocayo.
Gracias... :-) Pero sí que usé los cercanías en Barcelona una vez que nos vimos, ¿recuerdas? Y fue precisamente allí, en el trayecto a Mataró, donde un niñato con las neuronas sueltas me pisó un pie, lo que provocó una operación de uña que me impidió ir a una Hispacón. ¿Qué, cómo te has quedao? :-)
Buen relato, como siempre.
Ahora mismo no recuerdo si era Claude Levi-Strauss (el etnógrafo, nada que ver con el fabricante de tejanos) quien afirmaba que el viaje sólo se producía realmente cuando éste suponía un cambio fundamental en el viajero, una mutación interior; de lo contrario no se trataba de un viaje sino de un mero desplazamiento turístico. La cita no es fiel en absoluto, pero venía a decir algo por el estilo.
Tu relato se acerca a esa acepción de viaje, que yo particularmente comparto.
Gracias, Felideus. Yo también comparto esa forma de ver los viajes. De hecho alguna vez he decidido no viajar porque sabía que iba a ser simplemente un tiempo que pasaría sin provocar nada...
A mí, algunas de las puertas de Irrealidad, me dejan casi sorda con su batir.
Por cierto, ¿tienes a tu musa amarrada a la pata de la cama?
¡Madre! :-)
Graciassss :-) Pero a las musas apenas le dejo tiempo de venir, tengo poco rato para escribir y ya es casualidad que alguna se deje caer en ese momento...
Además, lo que escribo con la ayuda de las musas no le suele gustar a nadie, las muy puñeteras :-)
¡Jolín! A eso le llamo yo empezar con mal pie en Mataró...
Pues no sabía que la culpa era de un niñato de por aquí. A partir de ahora les pisaré el pie a todos los quiyos que vea, por si acierto con el causante de tu lesión. ¡Se va a enterar!
XD
Deja, deja, si son infinitos: entre dos niñatos cualquiera siempre hay otro niñato :-)
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