10.11.06

XIII) Tiempo en los ojos

A veces sueño que estoy en otro tiempo y otro lugar, más oscuro que éste; un mundo extraño en el que las noches se tiñen de los colores de tres lunas sobre el azabache y todo es más primitivo y terrible; donde por tanto la muerte se pasea entre la gente a todas horas mientras tremendos estertores sacuden las membranas de la tierra anunciando el despertar de seres inimaginables. Esos sueños son muy intensos y casi siempre logro recordarlos, pero nunca los anoto, pues no son fronteras.

Pero hoy me he despertado con una imagen grabada a fuego en el fondo del cráneo, y mi mano se ha extendido hacia el lápiz como si adquiriera vida propia, y yo no he querido detenerla porque no estoy seguro: quizás haya algún significado en esto, después de todo.

He comenzado pues a trazar estas palabras en el cuaderno rojo mientras el sueño se volvía a proyectar en mi cabeza con la nitidez de un navajazo. En él contemplaba cómo yo mismo apartaba una manga ancha de fibras recias y negras para que pudiera observar los canales de unas venas intensamente azules, una muñeca delgadísima y pálida, surcos en la palma que se confundían con cicatrices, y vetas transferidas por el contacto insistente con la madera de un bastón retorcido que siempre llevo. Uñas amarillas y sucias, y largas, acostumbradas a arañar el aire en gestos ampulosos de significado ignoto, muchas veces de amenaza.

Tras esa imagen han venido otras: yo alzaba la mirada, y el lugar era oscuro, quizás una taberna mal iluminada por velas aquí y allá. No estoy seguro porque no recuerdo los olores. Había personas, pero no las conocía, o no es importante que las recuerde ahora. Sí las veía mirándome de vez en cuando con recelo, sin atreverse a decirme nada.

No me importó. En ese mundo onírico hace mucho tiempo que dejó de importarme lo que la gente opine de mí. Tosí y me limpié un hilillo de sangre con la manga.

Lo que sí me importó es lo que pude ver en cada uno de esos rostros. La más mínima arruga adquiría vida: culebreaba desde su nacimiento, se hundía y se extendía. Otras arrugas se iban formando mientras miraba, y profundizaban como si las caras se estuvieran secando enteras ante mí. Y la piel se descolgaba y los ojos dejaban de brillar y si la persona en cuestión estaba hablando podía distinguir algún diente amarilleando en pocos segundos y perdiendo el filo, y quizás podía notar cómo los cabellos se le rizaban lentamente y se encogían y perdían fuerza, adquiriendo una tonalidad pálida y separándose entre sí.

Da igual que en el sueño haya estado observando a un hombre robusto, a un viejo, a una chica hermosa o a un joven indeciso y deseoso de aventuras. Siempre es lo mismo. Las pieles se encogen como pasas y se pegan a los cráneos como si un cocinero de cabezas los hubiera puesto a fuego lento, hasta que los colores que las velas les arrancan son tan blancos que parecen morados, y aparto la mirada porque no puedo soportarlo más, y sé que es una ilusión pero no vuelvo a observar el mismo sitio para que no vuelva a comenzar todo desde el principio, porque todo comienza desde el principio sin dejar una oportunidad al aliento. Entonces mi trasunto onírico siente un peso en el pecho y tose un par de veces agradeciendo los pocos instantes en que cierra los párpados y sólo puede distinguir manchas rojas y negras imprecisas.

El sueño va terminando cuando vuelvo a observar mi mano delgada, artificialmente avejentada y palpitante, sobre la mesa. Esa mano es capaz de crear magia en ese mundo, pero yo sé que no existe esa magia, ni allí ni en ningún otro lugar: en esa Irrealidad soy una especie de prestidigitador, hago meros trucos que atemorizan a unos y consiguen ahuyentar a muchos. Algunos terribles como estornudos de los dioses, otros sutiles y malvados como el sarcasmo de una mala madre. Pero sólo trucos, al fin y al cabo.

La única verdadera magia que conozco se halla tras puertas cotidianas, como estos cuadenos demuestran, y no puede usarse para atacar ni para defender, aunque no por ello es menos terrible. En los sueños de los que estoy escribiendo, esa verdadera magia se muestra en forma de un Señor Tiempo desesperadamente hambriento devorándonos a todos. Cuando tengo esos sueños deseo no despertar, porque me da un miedo terrible abrir los ojos y mirar a la gente real a la cara y ver cómo también su vida se esfuma por todos sus poros, inexorablemente; cómo la juventud que me rodea no es más que una máscara que se caerá. No sólo me asusta darme cuenta de eso, sino perder el sentido de belleza, porque bajo el toque del Señor Tiempo todo es igual, no hay nada mejor que otra cosa, todo se pudrirá de la misma manera.

Tardo un buen rato en convencerme de que se trata sólo de una ilusión efímera (aunque ¿cómo creer eso definitivamente cuando puedo observar el paso de los años todos los días en el espejo?), y de que aquí, en nuestra realidad, el Señor Tiempo camina mucho más despacio y discretamente.

Antes de despertar definitivamente de uno de esos sueños siempre me sucede lo mismo. Vuelvo a taparme la muñeca cadavérica. Decido que es hora de largarse a un bosque, a un páramo o a una montaña despoblada. Me echo la capucha, empuño el bastón y busco por un instante mi adorada luna negra en el cielo. El frío me hace toser de nuevo. Pequeñas manchas rojas tiñen mi mano cuando me limpio.

7 comentarios:

Felideus dijo...

Estupendo viaje onírico. ¿No lo dispensará también en cápsulas, caballero? ;p

Jafma dijo...

Muchas gracias, Maese Felideus, aunque me temo que aún estamos investigando sobre el principio activo :-)

escritor1 dijo...

Magnífica exposición sobre tan extraordinaria experiencia onírica. Ya nos tienes cautivados con tu exquisito estilo narrativo, así que no me repetiré en elogios. Baste decir que brillas a tu altura habitual, la cual es mucha.
En esta ocasión también ha llamado mi atención otro detalle: la maravillosa ilustración que acompaña el relato. ¿Obra tuya también? No lo dudo, conociendo tus dotes artísticas aplicadas a la plástica.
¡Jo, es que lo haces todo bien!
¡Qué envidia y qué admiración!

Jafma dijo...

Muchas gracias, pero no, tocayo, la he pillao por ahí... Lo que sí tiene es un pequeño retoque en nuestro bien amado potopó :-)

Anónimo dijo...

Cuadernos, cuadernos, cuadernos. Ñam, ñam, ñam.

Encantada estoy (vaya, a todos se nos termina pegando lo de Yoda tarde o temprano. ¡Cachis! XDDDDDD). Maravilloso, y la foto... una pasada. ;-)

Jafma dijo...

Gracias muchas te doy :-)

escritor1 dijo...

Raro hablas me parece, menos Startonterías ver deberías...
O no.
;-)