5.11.06

XII) Tus venas inoxidables

Caída de párpados. Leve somnolencia. Abres, de nuevo. Por qué se hacen tan largos los viajes, esas tremendas esperas disfrazadas de anhelo. El paisaje dorado se desliza bajo las ruedas del tren hacia el pasado. El cristal se empaña con tu pausada respiración, pero el vaho no borra las cicatrices que le dejaron tantos niños. Te llevas un dedo insensible a los labios, falto de circulación, sólo para comprobar que aún existe. La charla de los pasajeros va formando un arabesco de frecuencias.

Un túnel súbito. Se convierte la ventanilla ahora en un espejo negro, quedando conectada temporalmente a todos los demás espejos del mundo.

Un rumor de olas parece ser la progenie del traqueteo y del aire acondicionado.

Se han unido varias Puertas de Irrealidad, ¿lo has notado? Coincidencia, y rara; nadie lo percibe a tu alrededor, hay que haber estudiado las fronteras durante mucho tiempo para eso. Incluso a ti te cuesta. Leve somnolencia. Espejos que no reflejan del todo. El sillón, que comienza a murmurar.

El dedo que se apoyaba en los labios que se apoyaban en el dedo cae fortuitamente sobre tu otro antebrazo, que notas extrañamente cálido, como si no fuera tuyo. Lo acaricias levemente deseando percibir lo que sólo puedes si miras (o tocas) de cerca. Intentas recordar si has tomado alguna forma de flor de hadas durante el trayecto, pero sólo consigues observar ausente cómo evoluciona tu dedo.

Éste acaricia tu muñeca, en efecto, pero ante la leve presión se entusiasma un poco más y empieza a presionarla, luego la arruga, levanta una esquina de piel (bajo el carpo) y tira de ella, y lo que palpita debajo se encoge y estira al ritmo de decenas de microtensores que merced a hidráulica cuidadosa y aceites óptimamente refinados mantienen tus extremidades en movimiento. El dedo juega ahora a sobar la piel retirada. Dejas de prestarle atención al colgajo: mucho más interesante la circuitería apenas visible entre los microtensores de tu supramusculatura al descubierto. Te entretienen sus contracciones, que parecen interpretar algo para ti. Incluso crees sentir los fluidos pasar de un nanotubo de conexión a otro. En definitiva: te comportas al descubrir esas visceralidades como si no supieras lo que eres en realidad, pobre ser.

Caída de párpados. Leve somnolencia. Abres, de nuevo, pero ahora te olvidas de tus interiores y miras de nuevo por el cristal ahumado de la ventanilla del hibriporte; primero a las nubes negras que cubren el horizonte (ya no hay nada dorado allí), luego más abajo, a un súbito abismo que se hunde cientos de metros bajo la vertiguía transparente que os conduce. Formulas el deseo de sentir no sólo el mareo lógico de tal visión, sino la caricia del viento (seguramente frío, que quizás así te despierte) en tu rostro. En ese momento la ventanilla se oscurece del todo y comienza a plegarse sobre su marco como crema, sintonizando con tu bulbo raquídeo, y tras ella se traza el destino al que os dirigís, y abres los ojos como platos.

El hibriporte acelera más de la cuenta a través de la tormenta ahora que os acercáis. La vertiguía parece palpitar debajo, como una espina dorsal del revés, lo que sorprendentemente para ti no causa ningún trauma.

El viento golpea de repente tu osado rostro como si se hubiera olvidado de entrar en escena durante unos segundos. Es fuerte. Y frío. Y húmedo, y te enrojece la piel y te hace parpadear, y lagrimeas, y cierras la nariz pero no puedes, y da todo igual porque nada de eso te despierta hacia ninguna otra irrealidad.

Os acercáis al nexo: una gran puerta. Ya se vislumbran sus jambas inmensas, clavadas en las entrañas del planeta con mastodónticas pezuñas de fibras de aleación semiviva, y que se alzan orgullosas (fue orgullo quien las creó) hasta el dintel que sujetan con dos amarres a modo de garras nudosas que relucen como el aceite. Conforme el hibriporte acelera hacia allí para penetrarlas en inefable orgasmo, las jambas comienzan a recibir la energía de las materias inertes y no tan inertes del núcleo planetario, y a retransmitírsela mutuamente en frecuencias variables a través del dintel, y las chispas comienzan a salpicar como flores, y culebras de electricidad se ionizan sobre la superficie comenzando a sintetizar el plasma en el nexo.

Os arrojáis definitivamente hacia allí. El viento, sin cesar en sus embites, te golpea, te enrojece, te hace llorar, te hace moquear, pero da igual: abres bien los ojos, la nariz y la boca para mirar de cerca, oler de cerca y paladear de cerca lo que esta irrealidad incomprensible que se ha abierto a tu mirada ha creado.

En un femtosegundo vas a atravesar el Metaumbral.

Oh. Lo que hay al otro lado no se puede anotar aquí, pues crearía graves paradojas.

Así que ahora contaré hasta diez. Cuando llegue a diez, habrás despertado.

Uno.

9 comentarios:

Felideus dijo...

Me ha gustado este giro cienciaficcionero :)

Jafma dijo...

Gracias... En la variedad está el gusto :-)

Anónimo dijo...

Jo, yo no sé qué decir. Pasmá me has dejado. Cada día me gusta más lo que publicas en PHAUMA, chiquillo. Y ya lo del vídeo... en fin, se sale. Todo el conjunto (me encantan Muse, y el vídeo es la caña).

Ah, y que sepas que me alegró muchísimo poder conocerte en persona, ea.

Jafma dijo...

Gracias e igualmente, a ver si la próxima Hispacón estamos menos liaos y charlamos más :-)

escritor1 dijo...

¡Cuánto pasteleo hispaconero! :-)
A mí me ha gustado mucho también, y no me ha hecho falta ir a Sevilla... ;-)
Muy apropiado el "vidrio" ese que has puesto, tocayo. Te ha quedado todo muy auidovisual. ¡Eres un genio!

Jafma dijo...

Sí sí, genio. Será el de la lámpara (pero por más que me frotan no hago na)

Anónimo dijo...

Escritor1 = Envidiosillo1. XDDDDD

escritor1 dijo...

Calla, calla, que ya me estoy enterando de la Fastuosa Pilycon que te montaste... ¡hasta en el ascensor!
:-D

Anónimo dijo...

Oye, oyeeeeee, desvergonzado, que eres un desvergonzado. Lo del ascensor suena requetequetemal. Y ¿que yo me monté qué? Ay madre, qué liantes son estos frikillos. AAAJAJAJAJJAJAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA