XI) Mirar de cerca
En algún momento entre el primer desengaño y la última confianza, el ser ya adulto se olvida de mirar de cerca. Es entonces cuando se pierde el niño y con él la frontera de irrealidad en la que se vivía, y sólo queda lo conocido, lo prosaico y lo insípido.
Es difícil volver a mirar de cerca con la intensidad que se hacía de niño. Hay que acercarse, sí, hasta casi percibir las fibras de realidad en los bordes de las cosas. Observar, sólo un ejemplo, el baúl de cáñamo detenidamente, y preguntarse (que es tan parte de mirar de cerca como mirar de cerca de preguntarse) por qué esta esquina tiene este diminuto corte y aquella no, y qué pasaría si el corte hubiera sido hecho por el artesano más distraidamente o con otra habilidad. ¡Cuidado! No hay que llegar nunca a la respuesta exacta y verdadera. Se trata, más bien, de forjar hipótesis, sin más reglas que dejarle cierta oportunidad de existencia al misterio.
¿Cuántos adultos miran de cerca el suelo por el que pisan (grietas, liliputienses desmoronamientos fruto de quién sabe qué historial de erosiones)? ¿las mesas a las que se sientan (vetas dentro de las vetas de la madera, rugosidades sólo existentes bajo el más sensible e inocente tacto)? ¿los pomos de las puertas (capas y capas de huellas, trazas de calores ausentes)? ¿la unión del grafito y la madera del lápiz (rotunda o quizás no tanto)?
Mirar de cerca también se puede hacer con otros sentidos. Es así que olemos de cerca la última emoción del ser más querido, la súbita agonía del que decidió mal (y se acaba de dar cuenta), o la serenidad de estar en paz con uno mismo y el mundo como un mar calmo en una tarde de primavera.
Es así que podemos tocar más hondo que de costumbre: sentir los poros del otro, estremecernos al pasar sobre una imperfección del rostro que nunca había estado allí, notar que lo que es recto no lo es, o mejor dicho, que la perfección no existe y lo único que nos puede rescatar de tal engaño (urdido por nosotros mismos) es la vuelta a Irrealidad.
Descendemos de musarañas, así que no hablaré mucho de olfato, gusto u oído, puesto que fueron los sentidos que perdieron antes el misterio para diluir incertidumbres; se alejaron, pues, de las Puertas cuando dábamos nuestros primeros pasos hacia Realidad. Sólo diré que a veces, al afilar nuestra atención, es posible percibir un crujido detrás de un espejo, o la semilla de la ira en un condimento, o se nos desgarra el corazón al aspirar un aroma, y que ninguno de esos efectos es del todo achacable a la red de razonamientos que nos empeñamos en tejer. De hecho, el día que esos razonamientos nos permitan el conocimiento pleno, todas las Puertas de Irrealidad golpearán contra sus jambas por última vez.
No es posible conocer qué mundo nos rodeará entonces, cuando ya nadie mire de cerca. Seguro: uno en el que este cuaderno de campo no tendrá explicación alguna.
12 comentarios:
"¿Cuántos adultos miran de cerca el suelo por el que pisan (grietas, liliputienses desmoronamientos fruto de quién sabe qué historial de erosiones)?"
Yo no sólo miro de cerca las grietas, la herrumbre, el polvo o el moho, sino que además saco fotos con macro y luego las uso en mis ilustraciones. Hay muchos mundos extraños y hermosos en el microcosmos.
PD: Me ha encantado el relato, como siempre :)
A mí me pasa algo parecido desde siempre: me quedo pasmado viendo las grietitas y rinconcitos de las cosas :-) A veces me tienen que despertar del viaje astral y todo... aunque no hago fotos.
Gracias again :-)
Yo también miro muy de cerca.... pero es que soy miope.
Bueno, todavía te queda tocar de cerca (a no ser que seas un tocón), oler de cerca (a no ser que seas un hombre a una nariz pegado), gustar de cerca (a no ser que seas un tragón) u oír de cerca (a no ser que uses trompetilla) :-)
Y pensar de cerca, a menos que no piense...
El no pensar siempre viene bien de vez en cuando, para oxigenarse :-)
¿Sólo de vez en cuando? Yo es que estoy abonado, o sea que tengo mucha oxigenación...
:-)
Jo, me alegro de ser miope. XDDDDDD
Coñas a parte, es muy bonito, y estoy totalmente de acuerdo, no debemos dejar de mirar de cerca, yo no lo hago, e imagino que por eso conservo ese espíritu infantil tan mío (demasiado infantil según algunos, eeeeeeeeeehhhhh, ¡bueno! XDDDDDDDDDDD)
Bello, bello.
Muchas gracias :-D Y sí, es bueno ser al menos un poco niño...
Er, Pily: un poco, Un Po-Co.
De nada... ;-)
No lo pillo, señor escritor1, será por mi juventú. XDDDDDDDDD
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