11.3.07

XXXI) El guardián

-¡Todos! -grita la cara de payaso al aire negro que se acumula en el techo, los brazos extendidos como si declamara en una obra de teatro, la chaqueta morada abierta mostrando el brillo de la camisa de seda naranja y las florituras de la corbata verde, los pies estirados, casi como si volara-. Todos -repite- necesitan reglas.

Se encoge y se acerca, le dedica al que está sentado en la silla una mirada compasiva, le habla suavemente; la sonrisa se recoge también en su rostro, aunque sigue siendo un insulto rojo de carmín en un manso mar de maquillaje blanco.

-Es por eso que alguien ha de dárselas -dice.

El trazo morado y naranja y verde de la figura del payaso, delgado y con un toque incoherente en sus mismos contornos, como si lo hubieran dibujado a toda prisa, le da ahora la espalda al de la silla. La pose es como si meditara, pero el de la silla sabe que eso es algo del todo imposible en aquel personaje.

-Quiero enseñarte algo -El payaso chasquea los dedos. La negrura que lo envuelve se raja a la altura del suelo, a un lado; como un telón, se arruga y sube, y tras ella se descubre un marco de puerta repleto de filigranas, cubierto de purpurina y absolutamente ajeno a la geometría de Euclides, como si lo hubiera construido un niño pequeño.

-Contempla una de mis últimas creaciones. Ven, acércate, hombre, no seas tan maleducado.

Su víctima sigue atado a la silla y amordazado. Eso hace reír al payaso. Cuando se le pasa el ataque hace un gesto de desprecio, se planta de un salto junto a la Puerta y rebusca en su chaqueta. Al mismo tiempo, una luz va dibujando algo al otro lado del umbral. Al definirse las formas por completo, el payaso dispone ya de un puntero de plástico amarillo entre los dedos que agita un par de veces en el aire (como si comprobara su consistencia) antes de posarlo sobre la luz.

-Tenemos aquí -enuncia con seriedad- una escena típica de la antigüedad. Vemos a un tipo -señala con el puntero a lo que sucede al otro lado, una realidad que parece del todo ajena a ellos- que se dispone a tomar prestado un objeto de valor sin el consentimiento de su dueño, por cierto un hombre de bien que ha contribuido a la comunidad en diversas ocasiones, muy apreciado por los suyos. ¿Lo ven? El tipo acaba de descerrajar un par de tiros con toda naturalidad en la cabeza del honrado ciudadano, ya que éste no estaba dispuesto a ceder su propiedad y andaba argumentando esto y lo otro haciéndole perder el tiempo. El tipo, fastidiado por el ruido, toma el objeto. Sale. Ahora... sí, esperen un segundo... La puntualidad no era la norma en aquella época primitiva, ja, ja, debemos disculparles... Sí... ahí vienen. Vean... -El puntero cambia de posición-. Es el supuesto defensor de la ley descerrajando a su vez un par de tiros sobre el prestatario. Qué lástima. Me pregunto a dónde irá a parar ahora ese valioso objeto.

La cara blanca como la cal se vuelve hacia el de la silla, seria y pensativa, los dedos apoyados en la prominente barbilla, como si hiciera una profunda reflexión o esperara una pregunta.

-Mmm. Ya veo. Poco convincente. Por cierto, te recuerdo que cualquier movimiento que hagas mientras yo esté de espaldas hará que caiga esa inmensa cuchilla que cuelga sobre tu cabeza.

Vuelve a sonreír. Se gira de nuevo y hace unos aspavientos con el puntero. Lo que se ve al otro lado de la Puerta cambia.

-A continuación nos desplazamos un poco más adelante. Ya no están esas casuchas de mala muerte hechas con cuatro maderos ni esos caminos llenos de barro y hierbajos. Ahora tenemos viviendas de ladrillo, calles con sus aceras, vehículos... ¡la civilización! Aún hay quien no está de acuerdo con todo esto -se ayuda de nuevo del puntero amarillo-, si se fijan en aquél que corre un poco por delante de los gritos de la mujer gorda. Pero no se aflijan, la puntualidad de la ley ha mejorado y no terminará bien su carrera. ¡Ahí está! ¡Atrapado! ¿Ven cómo las normas han ayudado a conseguir todo eso? ¿Qué sería de esas bonitas casas, de esas cuidadas calles, de esas señoras honorables y bien alimentadas, si no hubiera normas que se respetaran (más o menos, ja, ja)? ¡Seguirían viviendo todos entre el polvo y la madera, con apenas una ducha al mes, cada cual con sus propias leyes y su colt del cuarenta y cinco bien cargado bajo la almohada para hacerlas cumplir! ¿Quién quiere vivir así, con lo cómodo que se está siendo cuidado por otros?

El payaso se vuelve otra vez.

-¿Ves ahora a lo que me refiero?

Se acerca al de la silla y le acaricia el hombro, el pecho duro como roca, el mentón cuadrado.

-Reglas -dice-. Todo esto se mantiene porque alguien se cuida de hacer obedecer una serie de reglas. Alguien como tú.

El de la silla permanece inmóvil.

-La cuestión es... -continúa el payaso-... que a mí no me gustan vuestras reglas. Las encuentro simplonas. ¿No hay nada que objetar a eso, verdad? Sólo son un acuerdo entre los que mandan. Lo malo es que, si quiero poner las mías, antes tengo que borrar éstas -señala con el puntero hacia su espalda, que ahora está iluminada por una escena en la que un grupo de gángsters vestidos como él entran disparando en la Casa de la Moneda-. ¿Lo comprendes ahora? ¿Ves como en el fondo no somos tan diferentes? Tú cuidas muy bien de que se cumplan las reglas. ¿Qué más te da que sean unas u otras? ¡Podrías guardar igualmente las mías! ¡Deberías, ya que provienen de un intelecto superior a todos los que hicieron las otras juntos!

La sonrisa roja se encoge de repente. Le apunta con el puntero como si fuera un revólver.

-¡No hay ni una falla en mi razonamiento! ¡No te atrevas a discutirme!

El de la silla sigue inmóvil.

-¡Esto es lo que me desespera de intentar razonar con máquinas de obedecer, joder! ¡Te pasas el tiempo luchando contra mis esfuerzos por dar un paso más en la civilización, y cuando te siento y te obligo a escuchar tranquilamente una argumentación seria e impecable, ni te molestas en contestarme!

Se acerca en dos pasos y le arranca la mordaza. Sus ojos se abren como platos: acaba de distinguir la punta de un dardo metálico entre los dientes. Justo una décima de segundo antes de que éste salga disparado contra su cara.

-Descuida -dice el de la silla-. Te aseguro que tú y yo vamos a hablar largo y tendido de las reglas.

El payaso cae al suelo. El de la silla se gira a la velocidad del relámpago hacia un lado. La cuchilla del techo se desliza por el aire para dividir en dos trozos una de las patas de madera. Dos series de tres hojas afiladas con forma de aleta de tiburón surgen con un leve clic de sus antebrazos musculosos, segando las sogas que le ataban. De un par de golpes destroza lo que queda de silla, y una vez liberado de pies y manos se alza sobre la figura encogida del payaso, que gimotea con el dardo clavado en la mejilla. Siente que su capa negra se agita, como si hubiera entrado una leve brisa, o como si tuviera vida propia. Crepita como las alas de un murciélago.

-Por ejemplo, hablemos de qué reglas vas a respetar en la cárcel más profunda de Gotham -dice.

-Siempre... fuiste... -contesta el payaso, atragantándose-... una cáscara... un pelele de la élite... No permitirás... la revolución... No es... justo...

Entonces el hombre de negro carga con el peso del otro y salta hacia la Puerta dispuesto a volver a Realidad y escapar de aquel lugar al que le han arrastrado un poco de veneno inadvertido y una risa deshilachada. Curiosamente, no está satisfecho por haber capturado a este criminal; en lugar de eso no hace más que preguntarse qué habrá sido de la ciudad mientras él no ha estado allí para ayudar a que se cumpla la ley.

6 comentarios:

Felideus dijo...

Muy bueno :)

Jafma dijo...

Muchas gracias :-)

Doris Day dijo...

Es curioso, al final todos los Jokers del mundo justifican sus acciones de la misma manera...

Me ha gustado mucho :D

Jafma dijo...

Y todos los guardianes acaban atrapados por lo que tienen que guardar...

Muchas gracias :-)

Pily B. dijo...

Jo qué pasadaaaaaaaa. ¡¡CÓMO ME HA GUSTADO!! Si es que lo encierra todo, misterio, mala leche, buenos diálogos, ritmo... y al final, al final, ¡ÉL! JOOOOOOOOOOOO, me has dejado patidifusa.

ENHORABUENA, ERES UN CRACK!!!

Jafma dijo...

¡Asias! :-) Así da gusto escribir :-)