19.3.07

XXXII) Los años plácidos



-Llevo unos años muy feliz -dice el visitante mientras observa la habitación forrada de estanterías, que bajo la luz suave de la lámpara tiene cierto aspecto antiguo-. Intelectualmente productivo, pues soy físico, como sabes, y muy activo en mi área. Tengo una buena familia; no andan lejos de aquí -Sonríe, como si le hiciera gracia la idea-. Vivimos en una casa muy agradable, rodeados de comodidades. Llevamos tiempo sin problemas importantes. Es una existencia plácida. Como la que siempre quise llevar.

El otro no ha pronunciado palabra desde que llegó. Eso no produce extrañeza en el visitante. De hecho, el extrañado es quien se halla sentado en el sillón de lectura, que no deja de mirarle con los ojos muy abiertos, muy quieto, como si no estuviera allí, quisiera irse, o se hubiera quedado ciego de repente.

-Sabes que es la vida que siempre quise. Lo sabes bien -continúa el visitante.

-Eso... -interrumpe el que está sentado, con la voz rota-... suena a lamento.

-No, no te equivoques: no he venido a pedirte disculpas.

Ahora el del sillón se ha puesto serio. Parece como si se enfrentara realmente en ese momento a la situación.

-Verás -sigue tranquilamente el que está de pie, volviéndose y cruzando las manos a la espalda-. Por mucho que te sorprenda, opino que tú y yo no tenemos nada que ver. ¿Por qué he de disculparme? Todo lo que ya has hecho y todo lo que harás, será porque tú lo decidas así, no por alguna extraña influencia mía. No me puedes mezclar con eso.

-¿Y qué es... lo que haré, según tú?

El que está de pie suspira y relaja la expresión del rostro.

-Muchas cosas verdaderamente importantes y pocas grandiosas. Probablemente llevarás una vida como la que yo he llevado, aunque sólo es una hipótesis. A cada instante de la existencia, en cada momento en que tú y tu entorno toméis una minúscula decisión u otra, se crearán diferencias. Las decisiones que se hayan tomado de otra forma a como yo lo hice puede que acaben anulándose con el tiempo, y entonces llevarás una vida muy parecida a la mía. O puede que se amplifiquen.

-Comprendo.

-No, todavía no -sonríe el visitante.

-¿Por qué has venido? ¿Para decirme eso?

-¡No! Sería entonces un viaje muy mal aprovechado, ¿no crees?

-Entonces hay algo de lo que me quieres avisar...

-Como ya te he dicho, no puedo hacer que vivas una vida diferente. Por mucho que te avise de obstáculos que están ahí delante, esperándote. ¡Puede que incluso no te los encuentres nunca!

-En ese caso no alcanzo a comprender el motivo de tu visita.

-Eso es porque estás pensando todo el tiempo en ti mismo. No te culpo. Soy como tú -Se ríe con una sóla carcajada, suave y agradable; la risa continúa en su rostro cuando el sonido desaparece-. Por eso deberías haberte dado cuenta ya de que mi visita tiene que ver exclusivamente conmigo. Te lo estaba intentando explicar antes, pero te pusiste suspicaz, como sueles.

-Me siento raro. Es una situación violenta.

-Claro. No te preocupes. Mira, es muy sencillo: como te decía, he pasado unos años muy felices. Con sus altibajos, pero nada insuperable. Muy plácidos. Y pretendo seguir así. Es sólo por eso por lo que he venido.

El que está sentado vuelve a abrir los ojos como platos. Parece que al fin ha alcanzado a comprender algo esencial, como si hubiera conseguido encajar varias piezas de un problema científico.

El visitante, mientras, sigue rodeando la habitación, acariciando los libros de las estanterías, cuidadosamente ordenados por temas. Cada vez que sus dedos se posan en uno la expresión de su rostro cambia levemente, como si lo reconociera o lo identificara después de un tiempo perdido.

El que está en la silla no se molesta en volverse cuando pasa detrás suya. Envía sus pensamientos al aire:

-Pero si es como dices... Si vienes de... Entonces... ¿cómo tú y yo, si somos la misma p...?

La pregunta se rompe, pues el visitante se ha dado la vuelta y ha apretado una cuerda fina e irrompible contra el cuello de su yo-del-pasado, y aprieta, aprieta, mientras el otro se pone rojo, saca la lengua, abre (aún más) los ojos, patalea, intenta aferrarse primero al hilo, luego, en su inutilidad, a las manos que lo ahogan; sin éxito mueve el cuerpo, pero el sillón le aprisiona (le gustó mucho ese modelo, tan compacto, cuando lo vio en la tienda, y ése es el último pensamiento que tiene antes de morir asfixiado).

-Ahora ya puedo decirte -resopla el visitante cuando suelta la cuerda, cansado por el esfuerzo- algo que quizás sí hubiera cambiado toda tu vida, o más exactamente, hubiera hecho que vivieras otra. Pues la existencia se bifurca a cada instante, y yo ya no soy el mismo que si te hubiera estrangulado con algo más de fuerza aquí que allí, ni si hubiera salido del vórtice con el pie izquierdo en lugar del derecho (sabes que siempre hemos tenido una manía con eso). Ahora puedo decirte que aunque sólo soy un año mayor que tú, en ese año descubrí algo muy importante. Encontré pruebas de la Bifurcación, con mayúsculas, y supe no sólo cómo medirla, sino cómo usarla. Ay, sólo se puede navegar hacia atrás en la mismo rama de realidad, y por eso estoy aquí, un año antes de mi partida, porque es la única manera de prolongar ese año de placidez y felicidad que he tenido: repitiéndolo. Y así, yo, tú, en la flor de la vida, hemos iniciado una nueva rama de la existencia, y en ella saldremos por esa puerta y besaré a mi mujer, o a quien fue mi mujer hace un año, y disfrutaré de mis hijos y de mi casa y de mi trabajo un año más del que me correspondería por designio divino. Y cuando termine ese año volveré unos minutos antes de lo que lo he hecho ahora, cuando aún estés leyendo en nuestro sofá favorito, y te sorprenderé como te he sorprendido ahora, y te mataré por segunda vez, y añadiré a mi cuenta otro año más de felicidad. Puede que alguna vez me canse de esta vida extraña, ésta que tú y yo hemos deseado desde nuestro mismo nacimiento, o puede que me haga demasiado viejo para volver, o puede que se me agote el tiempo al que puedo regresar para matarte, o que esté demasiado lejano en el pasado y no pueda disimular que tengo más años que aquél a quien mato. No lo sé. Dispongo de un año más, por ahora, para pensar en todo ello. En este momento, la verdad, estoy cansado, así que te haré desaparecer por el vórtice temporal antes de que la Puerta que construí se cierre (dejaré un nuevo y misterioso asesinato en la rama de la que vengo para que algún animoso detective de mi antiguo futuro lo resuelva), y me sentaré unos minutos en mi querido sofá a recuperar el aliento.