XXII) El Reino del Frío
Nada más llegar te caes, algo duro te corta la pierna, no escuece, del frío, y cuando recuperas la compostura comienza a dolerte todo.
-Casi me haces tropezar -se queja la Reina, refiriéndose en realidad a uno de sus magníficos lobos de la nieve, que ha dado un salto brusco hacia atrás para no golpearse contigo. Ella te ha mirado sólo un instante; sus ojos grises perfectos están ya escudriñando el paisaje blanco y azul como si conociera lo que está ocurriendo en cada rincón de esa eternidad helada y algo de ello le preocupara. Sin embargo sucede todo lo contrario, dada su naturaleza. Es eso precisamente lo que la hace tan terrible.
-Majestad... -aciertas a decir. Rebuscas entre tus recuerdos, que en este momento están tan rígidos y resbaladizos como el mundo congelado en el que has caído.
Ese calificativo hace que ella se gire un poco hacia ti. Pero no arranca ni un suspiro de sus labios pálidos.
-No sé... qué me ha traído -enhebras más torpe aún, paradójicamente con intención de dar una imagen digna.
-Ése es tu problema. Aparta.
Su voz no forma ecos. Su aliento no derrama vapor; ni siquiera es lo suficientemente sustancial como para mover los delicados hilos de su collar albino.
Los lobos de la nieve se agitan, nerviosos. Obedeces la orden, pues alguno está mostrando ya sus colmillos sucios, y dejas que el trineo siga su camino. La imponente mancha gris y plata se desliza, se aleja; pronto se convierte en una sombra mal dibujada contra los acantilados de hielo, y luego nada.
Sabes que la Dama de Invierno, como tú, siempre anda buscando algo en su Reino, recorriéndolo de un extremo a otro sin parar. No hay nada de lo que puedas lamentarte.
¿Fue un desprecio lo que te trajo?, elucubras en tu soledad. No. Seguro que algo peor. Has llegado aquí, donde nada puedes sentir más que el dolor de tus huesos, para recuperar un trozo de ti que perdiste. El problema es que no sabes qué es, y si no lo encuentras nunca podrás escapar a menos que te topes por casualidad con alguna Puerta enterrada entre bloques de hielo o, más improbable aún, si hallas en tu deambular un rincón resguardado del viento donde haya podido crecer una raquítica plántula de Flor de Hadas.
¿Heriste a alguien? Seguramente. La caída desde Realidad ha sido larga e inesperada, y el golpe terrible, como un cuchillo que penetra. ¿Has ignorado, quizás ridiculizado? ¿Atormentado con tu indiferencia? ¿Abandonado a su suerte? ¿Mostrado su estupidez a alguien innecesariamente?
Lo malo del Reino del Frío es que cuando llegas a él lo has perdido todo, incluso tu memoria, y sólo te queda caminar por estas interminables praderas blancas; vagarás entre los riscos translúcidos y atravesarás ventiscas inmisericordes en busca de la salida, pero no esperes una solución rápida.
Te diré algo importante, pues sé que no puedes oírlo: la salida, de hecho, no se encuentra aquí. Porque el Reino, sus hielos, los riscos, las tormentas, incluso la despiadada Dama y sus lobos, todo eso, es creación tuya: es el vacío que queda cuando tú vacías a alguien. Por tanto, después de un tiempo tendrás que reconocer que la Puerta de salida sólo puede estar en tu interior.
Ya puedes rezar por que te haya quedado algo cálido dentro para entonces.
2 comentarios:
No estaría nada mal que aquellos que hieren o desprecian o humillan, cayeran en un páramo yermo y congelado como el que describes. Seguramente el mundo sería un lugar mejor si la conciencia de todos funcionara por igual... aunque lamentablemente no es así. Quién sabe que clase de extraña amputación habrán sufrido aquellos que carecen de la autocrítica y del análisis de conciencia.
Una muy buena idea, y un buen relato como siempre ;)
Gracias, Felideus :-) No, no estaría nada mal, pero lamentablemente ese tipo de empatía se va perdiendo...
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