5.1.07

XXI) Tenía un ejército

Hace muchos años armé un ejército. Había contemplado los retos a los que me enfrentaba durante un tiempo, y viéndolos inmarcesibles al soplo de mi voluntad adolescente, decidí reunir tropas y pertrechos que me ayudaran a vencerlos.

Contra el pragmatismo creé a los Guardias de la Llama; a cada uno le cedí una chispa de mi locura, y les doné ropas de colores vivos, cotas erizadas de espolones y garfios del color plateado brillante de mi ingenuidad. Aportaron creatividad, pero era difícil estar seguro de en qué forma interpretarían mis órdenes.

Contra la inmutabilidad de las reglas azucé a los Berserkers Epigenéticos, que iban protegidos sólo por pieles gruesas, pues su fuerza radiaba de sus cambiantes cuerpos. Todo a su alrededor era destruido: por aquel entonces estaba convencido de que nada merecía ser obedecido a ciegas salvo que lo decidiera yo.

Contra las decepciones di alas a las Monturas Áureas; sin jinetes cargaban contra la oscuridad disipándola como niebla. También modelé a los Golems del Hálito para suplantar a todo aquel enemigo que no coincidiera con mis expectativas, pero eso comenzó pronto a agotarme, pues tales contrincantes eran abundantes.

Contra la crueldad me construí castillos de recias murallas, y dentro de ellas, otras, y así en una sucesión de patios de armas que era difícil de seguir para vistas poco acostumbradas a los interiores. Y en el centro iba a refugiarme cuando las heridas sangraban.

Contra el aburrimiento repartía misiones cada vez más complicadas a los Gemelos Cancilleres, que siempre confrontaban lo opuesto antes de llegar a una decisión, y así pasaban el rato.

Contra la desgana sustituí a los caballos por tigres de dientes de sable (mucho más nerviosos). Contra la estupidez de mis enemigos obligué a mis soldados a ser igualmente estúpidos, pero me reservé un frasco de sarcasmo del que más tarde pudieran beber. Contra la necedad y el orgullo de poseerla tallé risas silenciosas en el aire. Contra la prepotencia calcé las Botas de Ogro y traté de pisotear con fuerza a los prepotentes. Contra el desprecio me iba a librar batalla a otra parte.

Estuve así mucho tiempo. Feroces enfrentamientos se sucedieron en los Territorios de Dentro, alguna escaramuza en las Fronteras, y un cierto número de razzias fueron ordenadas que me llevaron a descubrir nuevas tierras.

He de decir ahora que nada de eso fue suficiente.

Con el tiempo, los Guardias de la Llama fueron agotando su chispa (aunque los rescoldos quedaron). Fui poniendo bozales a los Berserker porque descubrí lo fácil que es destruir, construir es lo difícil. Guardé en uno de mis castillos (el único que me permití conservar) a las Monturas Áureas, rerservándomelas para cuando de verdad las necesitara. Deshice a los Golems del Hálito al descubrir las terribles consecuencias de engañarse a uno mismo. Dejé de dar misiones a los Cancilleres, pues conseguí multitud de cosas por las que interesarme en cada momento.

Todo lo demás también lo apacigüé o lo olvidé en cuanto comencé a preocuparme verdaderamente por otra gente.

Sin duda fue una derrota de extrañas consecuencias, ya que no hubo vencidos: nada de aquello contra lo que lucharon mis ejércitos dejó de estar ahí, ni siquiera yo. La lección más importante que me enseñó Realidad es que, desde su interior, sólo existe ella; no va a dejar de estar por poco que se la acepte.

Así que ahora mi gran batalla consiste en buscar, con humildad y paciencia y la ayuda de quien me quiere, algunas Puertas.

Quizás eso sea como el deseo de juventud de un viejo, pero tengo gran estima por este capricho.

2 comentarios:

Felideus dijo...

Me ha gustado mucho. El texto tiene un toque a lo Sandman muy atractivo :)

Jafma dijo...

Me alegro, muchas gracias :-)