1.12.06

XVI) El caso del Umbral de Ébano

No siempre se pueden percibir las distorsiones del mundo simplemente relajando los sentidos. Aquella fría noche, por ejemplo, fue el perfecto paradigma de una investigación en Irrealidad que se complica.

Había quedado con Rachelle en la esquina de la cuarta con la séptima, frente a un bar de mala muerte que andaba tan escaso de iluminación como de parroquianos. La esperaba bajo la pobre luz de una farola, un tipo solitario presa de un desengaño esperando a estar de nuevo lo bastante sobrio para ir a buscar más alcohol, pensaría (no muy descaminadamente) cualquiera que pasara por allí cerca. Hacía frío, y ése parecía ser el motivo de que me hubiera subido el cuello de la gabardina hacía un rato, pero la verdadera razón era que no quería que nadie me relacionara con Rachelle. Ella ya tenía bastantes problemas como para que se supiera que andaba mezclada con alguien como yo.

Se consumieron un par de pitillos entre mis dedos antes de que apareciera.

Cuando lo hizo, su aliento me calentó el rostro de repente, aunque había tenido oportunidad de entretenerme en sus andares a lo largo de los diez metros que me separaban del borde de la niebla. Fue como si su figura de talle ajustado, movimientos sinuosos (pero no lo suficiente como para confundirla con una mujer de peor reputación), manos enfundadas en los bolsillos y pelo ondulado y más negro que el cañón de un revólver no fuera la que se encontraba ahora respirando a mi lado con dulce aliento; como si aquélla fuera una aparición irreal y ésta hubiera descendido directamente desde el infierno o el purgatorio de un salto.


-¿Vamos?

Rachelle nunca preguntaba para llegar a un acuerdo, así que me apresuré a seguirla. Pasamos de largo el bar, cuyo dueño nos miró curioso durante un instante antes de volver a secar. Caminamos luego por la acera iluminados por círculos tristes de luz que se sucedían uno tras otro. Después de un rato la niebla hizo difícil que me localizara en aquella parte de la ciudad, aunque hacía grandes esfuerzos examinando la forma de las ventanas o el color de las casas... Justo cuando renuncié a ello definitivamente nos adentramos en una calle especialmente solitaria, sin más luces que la muy difusa de la luna llena; luego un callejón (insistí entonces en andar junto a ella con el arma fuertemente apretada en el bolsillo, y me lo permitió sin decir nada; pude oler su colonia cara), y de pronto estábamos frente a una puerta desvencijada que había sido pacientemente atacada por el óxido durante décadas.

Con toda naturalidad, aquella princesa de los barrios altos empujó la puerta y desapareció en un fundido en negro.

Respiré hondo. Di un paso hacia adentro y me quedé quieto. Esperé a que los ojos se me acostumbraran. Me percaté entonces de que tenía los oídos embotados, como si hubiera entrado en una celda acolchada; sólo mi corazón hacía sentir su presencia a base de dolorosos golpes contra mis costillas.

Cuando lo negro se hizo gris volví a distinguirla a varios pasos de mí, quieta, con la cabeza ligeramente ladeada. Supuse que esperándome, aunque con Rachelle hasta una nimia predicción como aquélla era una suposición atrevida.

Me acerqué. Me dio la impresión de que se arremolinaba la niebla a mi alrededor (se había colado por la puerta) y de que eso entorpecía mi avance. Mi corazón latió aún más fuerte, y rápido, y me sentí un poco mareado.

-Espero que nadie sepa que estamos aquí -amenacé con la voz ronca al llegar junto a ella, mientras examinaba fascinado lo que me había llevado a ver.

-¿Ya no te fías de mí, querido? -Sonrió por primera vez, y aunque no terminó de formar el gesto, noté perfectamente que un fruncimiento ligeramente más fuerte de la comisura de sus labios habría sido capaz de desarmar a todo un batallón.

-Nena, ya sabes. De nadie.

Me había comenzado a doler bastante una antigua herida de bala en la cadera, y otra menos material, y más honda, pero eso no fue suficiente para suavizar mis palabras. Ella no contestó, como si se hubiera dado cuenta; se quedó quieta, una imagen fija cuyo único objetivo era mantener la maldita sonrisa a la altura adecuada.

-Vamos, es lo que más deseas -dijo con un deje de hastío (juraría que sin mover los labios). Ni yo mismo estaba seguro de que sus palabras fueran del todo ciertas, pero hicieron que volviera a examinar aquello que se alzaba junto a nosotros con más detenimiento. Estaba aún a medio desempacar, pero se podía cruzar, y se veía que era madera de ébano, la superficie de las jambas y el dintel apenas se distinguían en la oscuridad. Esforcé la vista y distinguí bajorrelieves a todo lo largo, vagos motivos africanos o quizás asiáticos. También algún rastro de tallos gruesos que habían abrazado el material durante siglos mientras había estado hincado en el humus de alguna selva ignota.

Era muy alta. Hasta el viejo Bugsy en sus buenos tiempos, pensé para ahuyentar el nerviosismo, cuando me sacaba un par de cabezas, podría pasar por ella con comodidad.

Acaricié el material sólo para cerciorarme de que la Puerta estaba realmente allí, aunque no con eso disipé mis dudas, ni dejé de temblar por dentro.

De repente la risa de Rachelle, muy delicada, pero igualmente incisiva. Casi apreté el gatillo.

-Estás asustado... Dios mío. Nunca creí que pudiera ver así a un tipo duro como tú.

La ignoré o traté de ignorarla, lo que se quedó en un mero no contestar. Sin mirarla del todo, adelanté un pie hacia ese umbral traído de no sabía dónde por alguien poderoso como pago a alguien todavía más poderoso y que no sospechaba lo más mínimo que un pobre diablo como yo, cuya única ventaja había sido conocer a Rachelle antes que él, lo iba a usar primero.

Ella me detuvo.

No sabría decir si me sujetó del brazo o simplemente fue su voz cargada de promesas incumplidas y cicatrices mal curadas la que me impidió dar un paso más.

-Me parece que ahora deberías cumplir tu parte.

La miré. Efectivamente, la sonrisa no se había desplazado ni un milímetro en su rostro.

-Rachelle, no estoy seguro de que...

-Vamos, querido. Por los viejos tiempos.


Su propio revólver, una pequeña maravilla plateada que cabría en la palma de una mano masculina como una caja de rapé pero que en la suya era una extensión perfecta de la porcelana de sus dedos, apuntaba de improviso en el ángulo correcto hacia mi sien. Supe inmediatamente quién de los dos estaba menos dispuesto a disparar.

-Está bien -acepté.

Extraje del otro bolsillo el pequeño paquete envuelto en papel ahuesado y se lo tendí.

-Úsalo bien. Podría durarte igual un segundo que toda una vida.

Ella tomó la Flor de Hadas, rozándome levemente la piel con sus uñas perfectas. La sonrisa se relajó. Los ojos negros dejaron de mirarme a mí. Su pecho se elevó apreciablemente, parecía que le costara respirar.

No pude evitarlo.

Cuando nuestros labios se despegaron después de una eternidad, su revólver aún apuntaba al mismo sitio, como si toda ella se hubiera convertido en estatua de piedra. Me despedí.

-Suerte, nena.

Por primera vez sentí lástima de la querida del gran jefe del Distrito Oeste, pero no permití que eso diera al traste con todo. Atravesé el Umbral de Ébano como si huyera de un ejército de demonios. A veces creo recordar el eco de un disparo, pero nunca estaré completamente seguro; prefiero pensar que Rachelle se mantuvo allí, quieta, observándome desaparecer sin el consuelo de verme atrapado en su sonrisa.

Aparecí inmediatamente en este cuarto dejando a mi espalda la puerta del baño, de la que surgían nubes de vapor. Me puse el batín para cubrir mi desnudez húmeda y encendí la chimenea. Tomé el cuaderno rojo y comencé a garabatear notas sobre una nueva Puerta a Irrealidad.

7 comentarios:

Felideus dijo...

Un curioso híbrido entre el roman noir y un episodio de la Dimensión desconocida. Me ha gustado :)

Jafma dijo...

Graciassss :-)

escritor1 dijo...

Me ha encantado. Aparte de que está muy bien desarrollado, la temática y la ambientación han tocado mi fibvra sensible (sí, sí, tengo una).
¡Felicidades de nuevo, Genio!

Jafma dijo...

Me alegro, tocayo, y gracias :-)

Anónimo dijo...

El comentario del señor Escritor1, lo hago mío.

Yo es que soy asín, qué quieres. XDDDDDDD

PD: Me ha encantado, síiiiiiiiii!! ;-)

Anónimo dijo...

Graciasss :-)

Anónimo dijo...

(el de antes era el autor intentando contestar desde una pda sin ser capaz de encontrar el botón de "usuario de blogger")