8.2.07

XXVI) Miedo en las tierras yermas

Usar esa Puerta para escapar de Realidad no fue al principio más que la semilla de un pensamiento que apareció sin avisar. Pero por algún extraño motivo ese destello no se perdió, sino que se agarró a algo (no supo qué) para crecer, y palpitó, y se hizo más grande, y finalmente atrajo su atención como una flor a una abeja.

Después de perder la noción del tiempo, comprendió por qué había sido así.

Se había alejado, distraída, del camino que llevaba a casa, y había terminado junto a un árbol (ya seco, como se secaba todo allí), cerca de un montón de tierra que se apoyaba en el tronco. Sí. Allí había jugado de niña. Se recogió la ropa oscura. Se agachó junto al montón. Acarició la tierra. Fría. Y áspera. Y no podía llevar las manos sucias a casa porque la castigarían, pero siguió acariciando la tierra.

Había cruzado aquella Puerta fácilmente cuando era pequeña, así que lo intentó de nuevo. Haría... sí, una aldea. Comenzó a desbastar la superficie. Continuó escarbando (dos manos sucias en vez de una, qué remedio). Del acantilado desgajó caminos y rampas que lo surcaban, y rebajó aún más los lugares donde se unian para formar las plataformas donde estarían las casas. Poco a poco las manos recuperaron la torpeza ingenua de la niñez; comenzó a sentir el frescor de la tierra profunda, lo que le hizo sonreír, aunque nadie podría verlo. Moldeó al principio casas diminutas, pero pronto adquirió confianza en sí misma y construyó un palacete (que no tenía techo pero sí un lujo: habitaciones), reservó una zona plana para jardines, ligeramente incrustada en la ladera del acantilado, lo que la resguardaría de las tormentas y recogería el agua (decidió en ese momento que la aldea estaba en otro país, rico y fértil), añadió entonces un canal que pasaba cerca de las viviendas y se alejaba luego por el monte, hizo escaleras que subían hasta la atalaya de vigilancia, aunque no habría nada que vigilar allí, salvo quizás bandadas de pájaros atraídas por las cosechas; hizo un amplio granero que sería compartido por todos los aldeanos. Luego se atrevió con cosas más delicadas.

Buscó ramitas y le construyó un techo al palacete. Plantó hojas marrones a modo de árboles en el jardín y cerca de las casas. Incrustó piedrecitas (todas blanquecinas y rugosas) a los lados de los caminos principales y en la atalaya. Comenzó a hacer gente usando la tierra más húmeda del montón, y los situó aquí y allá: puso hombres yendo a los cultivos cercanos, mujeres en sus casas, niños jugando.

No. Rompió a todos los hombres. Trasladó a las mujeres a los cultivos y al palacete, donde modeló una princesa en la habitación del trono, que era una piedra de forma doblada. Rompió a los niños. Dejó a las niñas jugando (se distinguían por las ropas).

No. Rompió a las niñas. Las modeló de nuevo con ropas de hombre.

No. Ahora parecían niños.

Rompió todas las figuras, con lo que desconchó sin querer algunas casas. Luego se quedó quieta un rato, sin atreverse a seguir. Luego volvió a modelar a las niñas (sólo a las niñas). Incluso les intentó poner rostros, lo que le resultó muy difícil, no tanto por el tamaño sino por desconocimiento. Al rato, sin embargo, notó que estaban muy delgadas (como ella), y puesto que en aquella aldea nadie iba a pasar hambre nunca, volvió a rehacerlas con un poco más de tierra, pero las figuras no podían soportar su peso y se desmoronaban, y cuando arreglaba una, otra se convertía en un montoncito deshecho, y cuando retiraba éste, otra se caía de lado, y mientras recogía aquélla, una casa dejaba que se desprendiera parte de su piel, y de improviso el palacete se derrumbó y la princesa quedó aplastada.

Gritó. Golpeó con manos y pies la aldea, que pronto dejó de serlo. Deshizo el acantilado y el montón donde jugaba de niña volvió a ser un montón informe otra vez, sólo que ahora supo que no tendría nunca más la consistencia necesaria para contener sus recuerdos.

Lloró. Lloró mucho. Lloró aún más cuando escuchó cómo aquella Puerta de escape hacia Irrealidad se cerraba definitivamente.

Luego se levantó. Vio que tenía el burqa sucio, además de las manos. Corrió entonces aterrada a casa, a intentar limpiarse antes de que volviera su esposo.



5 comentarios:

Felideus dijo...

Muy bonito y terrible a un tiempo.
Por cierto, ¿de quién es el tema que acompaña el relato?

Jafma dijo...

Gracias :-) Es de Sting: "Desert Rose", del álbum "Brand New Day", en colaboración con el cantante argelino Cheb Mami.

Felideus dijo...

Gracias por la info. La voz de Sting es inconfundible, aunque no tengo discos suyos desde el "Bring on the night".
Y la voz de Cheb Mami me encanta :)

Anónimo dijo...

Una historia muy bien escrita, pero muy triste.
Creo que hay mujeres que aún se sienten asi por todo el mundo.

Jafma dijo...

Gracias, Laura. Sí, es triste, y sí, existen muchas mujeres que viven cosas así, o peores. Siempre ha pasado; la diferencia es que ahora quizás se podría evitar, pero no se hace mucho...