XXV) Nexo
-Realidad es tan mentira como Irrealidad -dice el Pistolero.
El sol ha llegado a su cénit. El Pistolero se rasca la barba a medio crecer y escupe parte de la sustancia negra que está masticando. Se golpea el ala del sombrero con el cañón del revólver, como distraído, lo que no disipa la duda de si ya tenía los ojos igual de encogidos bajo su sombra. Su olor rancio y fuerte, a tabaco, sudor e inmisericordia parece expandirse como la única marea que ha conocido ese desierto.
-Nadie termina de comprenderlo del todo hasta que muere. Es una lección difícil. -Un chasquido de la lengua o un nuevo escupitajo, no se distingue-. Una lección difícil.
El Pistolero podría estar allí toda la tarde, o incluso días, si tuviera que esperar la recompensa. Pero sucede que eso ya no es necesario, pues la tiene frente a él. Así que se levantará en algún momento y descerrajará un tiro en la sien tan blanca de aquel tipo para cobrársela.
El problema para el tipo es que no tiene manera de saber cuándo lo hará. Rumia la idea de que el Pistolero sea impermeable para sus decisiones (ni un matiz de expresión le permitirá detectar cuándo tomará la que le quite la vida), o de que no urda ninguna y sólo sea un trasunto del mismo Azar. Dos segundos después siente fiebre, o insolación, y piensa que esas elucubraciones surgen en su cabeza porque se está poniendo enfermo. ¿Qué hace allí? ¿Cómo llegó a ese lugar infernal...?
El Pistolero se levanta. Él se mea encima.
-Hace calor. Sí, es este maldito desierto. Pero no le gustaría seguir vivo por la noche, créame.
No le ha mirado en ningún momento, pero está seguro de que ve perfectamente cada uno de sus temblores, o los tirones que da para intentar deshacer los nudos, que no se molesta en disimular.
-No debió usted venir aquí, amigo. No. -Continúa el Pistolero volviéndose a calar el sombrero-. Aquí siempre hay recompensa por los merodeadores. Ya sabe, hay que mantener limpio el lugar. -Otro escupitajo-. Ah, pero no lo pudo evitar, ¿verdad? Hay demasiadas Puertas... Dígame, ¿qué tipo de persona es usted? ¿De las que las ignoran porque las consideran fantasías de niños? ¿O es de los imprudentes que juegan a traspasarlas de cualquier manera?
El tipo atado al tocón seco no puede responder, pues también está amordazado. Sólo es capaz de producir un débil gemido, que en ese aire tan limpio desaparece en un santiamén.
-Este desierto no tiene piedad de los que juegan con las Puertas. ¿Se ha burlado alguna vez de alguien que creía en ellas, mmm?
No puede apartar la mirada del revólver. De un instante a otro le parece una extensión natural de la mano del Pistolero: es capaz de señalar, de trazar en el aire, de ajustar el sombrero, de indicar aquí o allí...
-Trate de contestarme.
Le da un vuelco el corazón. Mira al Pistolero con desesperación. Luego se da cuenta de que la desesperación se ha trocado rápidamente en puro ridículo, ya que la mordaza que le impedía hablar acaba de caer sobre su pecho. La estela oscura del cañón del revólver termina de dibujar un arco que pasó por su barbilla un instante antes cumpliendo con su misión de dedo de metal.
Se apresura a responder, tanto que las palabras se pisan unas a otras y no salen con claridad:
-Yo... no... No creo que...
-Debería saber que no puede burlarse de las fantasías de la gente. ¿De qué podrían vivir las personas si no tuvieran fantasías? Son tan necesarias como el agua o la comida. ¿Tiene sed?
Asiente.
-Pues entonces puede comprender lo que le digo.
-¿Me... ? No, por favor, libéreme. Volveré por donde he venido, no le molestaré ni le causaré más problemas.
El Pistolero se ríe (es la primera vez desde que lo ató), y no es agradable: un movimiento brusco, seco, oscuro y apagado de sus mandíbulas que apenas se distingue del cascabel de una serpiente.
-¿Ah, sí? ¿Y qué hará si le libero?
El revólver se gira hacia un lado bruscamente, se desgaja, el colgajo gira sobre su eje imitando de nuevo el sonido de la serpiente (porque el revólver es en realidad una extensión de la risa del Pistolero), vuelve luego a su posición y con un chasquido el tambor queda donde debe estar para disparar. El Pistolero sólo ha prestado una somera atención a esta operación, pero ahora sabe perfectamente si lo próximo que saldrá del arma será una bala o un golpe de aire.
-No lo comprende, ¿verdad? -dice.
El tipo comienza a sollozar. El Pistolero se agacha junto a él y le derrama el aliento fermentado sobre el rostro.
-Verá usted, le dejaré tres cosas muy claras. En primer lugar no puede decidir nada sobre su futuro. Perdió ese privilegio cuando menospreció a Irrealidad o cuando jugó irresponsablemente con ella, eso me da igual. Es esto -muestra el revólver ante sus ojos en un par de ángulos diferentes- lo que dirá qué pasa a continuación.
El Pistolero mastica un poco más fuerte. Su rostro no se aleja ni un milímetro. Sus palabras se confunden por la saliva y la amortiguación de la materia masticada.
-En segundo lugar, si la bala se ha alojado en otro compartimento y deja que este maldito lugar se deshaga de usted... -Chasquea la lengua (esta vez indudablemente)-. Mal asunto entonces, amigo. Yo que usted rezaría para que no fuera así, porque en ese caso sí que tendrá tiempo de meditar sobre lo que es real y lo que no, y sobre la importancia de tratar estas cosas con el debido respeto.
Se levanta. La nube de olor a muerte se levanta con él. Sonríe. No. Sólo ha torcido el gesto, quizás se ha topado con un trozo de tabaco más seco que el resto. De improviso se quita el sombrero y lo deja sobre unas zarzas. Se sacude la camisa y los pantalones. Se ajusta el cinturón situándolo en una posición cómoda. Ensaya diversos movimientos con el arma: hacia el cinto, hacia el tipo atado en el tocón, hacia el cinto de nuevo. Cada vez los ejecuta más rápido, y siempre sin el menor roce ni ruido, mientras el resto de su cuerpo parece ausente.
-¿Pero... y la tercera c
El disparo ha sonado tremendo, pero el silencio que le sigue (no hay ecos) suena aún más fuerte. El Pistolero recoge el sombrero y se lo inclina ligeramente hacia abajo, de manera que el sol sólo le llega a la barbilla. Guarda el revólver por primera vez desde hace horas y se seca el sudor de las manos en la camisa.
-En tercer lugar, ya le dije que Irrealidad es tan mentira como Realidad, así que no debería preocuparse excesivamente por haber muerto -concluye.
Silba una sóla vez, y no para distraerse. Quizás se oye un desprendimiento de rocas, o quizás es un galope que se acerca. El Pistolero se va, en cualquier caso. A cobrar su recompensa por mantener limpio ese desierto (el nexo de caminos y mundos donde se alza la Torre) de merodeadores que no deberían estar allí sino en cualquier otro lado, en cómodos sillones, imaginando que imaginan historias, o algo peor.
6 comentarios:
Chapeau! Éste es de los que más me ha gustado, en serio. Muy bueno. Enhorabuena :)
¡Muchas gracias! Me alegro un montón :-)
No insisto en que cada vez lo haces mejor... Digamos que has alcanzado un momento de gracia donde todo lo bordas.
Pero lo que más me ha emocionado ha sido la foto del Gran Clint.
Hasta en los detallles lo clavas, Maestro. :)
Qué va, si yo bordando soy malísimo (me pincho) :-)
Y Clint es mucho Clint, sí :-)
En tercer lugar, ya le dije que Irrealidad es tan mentira como Realidad, así que no debería preocuparse excesivamente por haber muerto -concluye.
Tenía miedo hasta que leí esto... después de leído, siento auténtico pavor.
Ay, qué mal rollito me ha dado el pistolero, en serio, que me ha intimidado.
NORAGÜENAAAAAAAAA!!
¡Gracias! Es fascinante cómo unas cuantas palabras puestas ahí pueden causar esas sensaciones... (hoy tengo el día minimalista). Hay que ver lo que es esto del escribir y del leer :-)
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