22.12.06

XIX) La Puerta de la Duermevela (II)

-¡Hola! ¿Acaso sería posible que me alojara en el hueco que formáis entre esa mano con la que soléis escribir tan graciosamente y esas tapas carmesíes?
-Oh. Me temo que ahora mismo estaba medio dormido, y además...
-¡Gracias! ¡Muy amable!
-Iba a decir que me produce alergia el pelo de gato, pero ya veo que estás dispuesto a insistir.
-Vuestro pesar se debe sin duda a la carencia de garbo y prestancia de los gatos con quien os rozáis. Sin embargo, un miembro de mi clase no suele provocar efectos tan vulgares, por no decir poco enriquecedores para el espíritu.
-Si tú lo dices... ¿De qué estabas huyendo?
-¡Señor! Rogaría no asociarais en voz alta tal clase de actos humillantes a este nobilísimo gato.
-Pero es que te veo demasiado... ¿cómo diría yo...? Acurrucado, sí. Por no hablar del insistente temblor. Tranquilízate, así de encogido nadie te podrá considerar más que una mancha oscura entre mis ropas.
-Se está cómodo aquí, sí.
-¿Te estaban persiguiendo los niños?
-No... aún. Ahora deben estar disparándose agua congelada a la cara, con poca fortuna ya que ninguno sufrirá más de un leve enrojecimiento; o quizás tratan de robar una zanahoria bien grande para la nariz de esa cosa de nieve que montan en el patio de atrás.
-Entonces no entiendo tu nerviosismo.
-¡Nerviosismo! ¡Aséptica descripción para lo que acontece, señor! La simpleza del término no guarda relación alguna con la relevancia de los acontecimientos que podría narraros, de hallar unos minutos más de calor entre vuestras ropas.
-Cosa que sin duda no tardará en producirse...
-Cierto, ya me siento algo mejor...
-Eso es estupendo.
-...Y como por la vaciedad de esas páginas no termino de comprender el verdadero motivo por el que estabais agarrado al lápiz, seguramente podría compartir con vos alguna de mis cuitas.
-Ya lo imaginaba. ¿No te importará que lo vaya escribiendo?
-Claro, cada cual encuentra la inspiración donde puede.
-Escucha: se empiezan a oír los gritos de los niños cerca.
-Entonces debo apresurarme a transmitiros lo esencial de la historia, ya que correríamos el riesgo de que se perdiera para siempre mientras me arrojan por encima del muro del vecino cogiéndome del rabo, y sería imperdonable.
-¿Cogerte del rabo?
-No, a eso ya estoy bastante acostumbrado. Incluso llego a trazar parábolas de una precisión exquisita. Me refería a que se olvidaran las verdaderas causas de tal comportamiento criminal. Aunque si me encontrara al otro lado del muro con que el vecino está departiendo con sus azadas se produciría también una situación imperdonable (desde su punto de vista), ya que se irrita sobremanera cuando le interrumpen en esos momentos íntimos.
-Está bien. Comienza pues y yo anotaré. Mmm. Creo que lo titularé... La Puerta de la Duermevela (II)
-Prodigiosa imaginación la vuestra.
-Muy bien... a ver que lo subraye... ¡Ya está!
-Bien, no os canséis antes de tiempo, que la historia no es corta. Lo que voy a narraros sucedió ayer. Me hallaba yo en el borde del tejado, allí donde se balancea aquella teja que no os habéis animado a arreglar desde que se rompió hace más de veinte años.
-¿¡Los gatos vivís tanto tiempo!?
-Lo de la teja es una historia que se transmite de padres a hijos en mi familia. ¿Me permitís continuar?
-Perdona.
-Como trataba de decir, me hallaba bajo la única luz de las estrellas, solazándome en esos momentos de paz y oscuridad que sólo estropean las miríadas de luces navideñas que los humanos de este barrio se empeñan en colgar de árboles, porches y torres, cuando un ruido me sobresaltó. Mi primera reacción fue asomarme por la ventana por si aquel ruido tenía relación con que se encendiera la luz del salón, síntoma inequívoco de vuestro súbito traslado (involuntario, desde luego) desde el dormitorio al sofá, pero ayer el amor humano seguía sus cauces más prosaicos (de lo cual no me congratulo demasiado, ya sabéis los problemas que puedo tener con vuestra descendencia más joven). Intrigado pues por si se trataba de un intento de hurto o quizás únicamente del crujido de alguna viga vieja, me dirigí al otro lado de la casa, junto a la chimenea, ya que, por otra parte, empezaba a hacer frío incluso vestido con este mullido pelaje, y como a los de mi familia no les está permitido entrar en vuestro hogar a refugiarse de las inclemencias meteorológicas...
-¡Espera! ¡No me digas que encontraste a alguien husmeando!
-No sabría cómo decíroslo para no alteraros, pero en ocasiones la verdad no entiende de emociones, así que os lo contaré tal y como sucedió: sí, había alguien, pero no husmeando, sino humeando. El problema es que acababa de salir del conducto por el que habitualmente sólo se expulsa humo, así que tenía el rostro y las ropas algo estropeados y era difícil establecer completamente su identidad. Pero era, sin duda, alguien que humeaba.
-Me dejas en ascuas.
-Vos y yo terminaremos por simpatizar, porque, efectivamente, así mismo me quedé en aquel momento. La intriga había dado paso a la necesidad de conocimiento (la prognosis no es una habilidad de la que disfrute mi especie), así que ni corto ni perezoso me dirigí a aquel rostro perfectamente camuflado para confundirse con la más oscura especie de hollín, y le dije: "Oídme, vos, el del complejo de chimenea, ¿os importaría identificaros, y si no es mucha molestia, compartir con un habitual de esta residencia familiar vuestras inmediatas intenciones?". Coincidiréis conmigo en que empleé la mezcla adecuada de exigencia, amabilidad y rigor que requerían las circunstancias. Pues bien, ¿pensáis que aquel... alguien trató, aunque fuera someramente, de satisfacer mis demandas? No señor. Ni siquiera me dedicó más de una mirada fugaz, como si estuviera tan acostumbrado a hablar con gatos como a zamparse un plato de gachas. Simplemente terminó de sacar su rechoncho abdomen del cañón y me dijo: "Chico, me vienes como anillo al dedo, Rudolph ha cogido un constipado en el último momento". No entraré en detalles escabrosos acerca de lo que sucedió justo a continuación; simplemente os diré que mi rabo aún se resiente del tirón, y que poco después me hallaba engarzado a una guarnición (sorprendentemente de mi talla) unida a un tirante del que colgaban otros ocho miembros del reino animal, con más volumen y sobre todo más cuernos que yo, y que terminaba en algo que no podría describir más que como una gran cacerola marrón con dos cuchillas pegadas debajo, la que a su vez aplastaba con su peso el individuo asalta chimeneas. "¡Ni siquiera habéis sido tan amable de presentaros!", le espeté en aquella comprometida situación, pues tal era mi rabia que mi razón había renunciado a superarla. Entonces dijo algo que pareció sonar como "Nicolás", y mencionó detalles no demasiado comprensibles sobre su ascendencia turca. No soy muy ducho en geografía, pero eso me sonaba como a país del Este, y como me conocéis aprensivo, en seguida lo relacioné con algunos problemas de violación de la propiedad privada (lo cual, de hecho, era lo que había sucedido). Más alterado de lo que suelo, pero menos rabioso, y sobre todo, consciente de lo que podría pasar si osaba enfrentarme a un ladrón con entrenamiento militar y quizás con alguna dosis etílica de más, le dije empleando el tono más suave de voz que encontré: "Si sois tan amable, dudo mucho de que mi cuerpo pueda ejercer una capacidad de tracción suficiente para...". Os podéis imaginar ya que mi queja fue inútil. En pocos segundos estábamos de camino hacia su siguiente objetivo.
-No querría que te molestaras, pero... ¿estás seguro de que todo esto que me cuentas no lo has soñado?
-No os podéis imaginar lo que esa duda llega a ofenderme.
-Bueno, en cualquier caso no te importará si lo retoco un poco aquí y allá, para darle más verosimilitud.
-Si no os importa a vos que use mi método preferido para mantener a raya el ritmo cardíaco: consideraré tanto vuestra ofensa previa como vuestras habilidades literarias inexistentes.
-Intenta resumir de todas formas. Creo que al lápiz no le queda mucha punta, tendría que levantarme a por otro.
-Bien. Como iba diciendo, nos hallábamos de camino hacia otra chimenea, donde seguramente aquel individuo malcarado haría de nuevo de las suyas. Yo me sentía con el deber moral de impedir más atropellos de ese tipo, aunque también sentía otras cosas con igual o mayor intensidad dentro de mi cuerpo, así que realmente me costó un buen rato de meditación tomar una decisión.
-Y optaste por salvar el pellejo.
-Por descontado. Tened en cuenta que aquel loco nos llevaba a todos en volandas por encima de árboles y edificios, estos últimos con sus veletas puntiagudas y aquéllos con ramas espinosas y traicioneras. No pensaréis que podía permitirme elucubrar mucho más mientras encogía pies y panza para evitar quedar ensartado.
-Claro, te comprendo perfectamente.
-El caso es que los que se revelaron como compañeros de infortunio (Donner, Blitcher, Cometa y demás cornudos) me apoyaban, pues aunque ellos ya se sentían acostumbrados a esa situación y afortunadamente sólo la sufrían una vez al año, entendían que para un recién llegado el trauma no podía ser el mismo.
-Y te ayudaron a escapar.
-Realmente no: me explicaron amablemente que su ración de comida era estrictamente proporcional a su obediencia y lealtad, cosa que yo no podía más que comprender, tras lo cual lo que sí hicieron fue darme indicaciones en voz baja de dónde tenía que morder y qué correaje tenía que sufrir el ataque de mis afiladas uñas, ya que yo ya tenía bastante con estar pendiente de no hacerme uno con los elementos del paisaje. Fue difícil: de hecho al señor Nicolás le dio tiempo a hacer un par de paradas más, de dudosa legalidad, antes de que consiguiera mis objetivos. Pero finalmente, mientras sobrevolábamos un parque (de muy altos olmos, ay), conseguí librarme de la guarnición y, haciendo uso de mi tercera vida, recuperarme de un muy salvaje aterrizaje.
-Qué alivio. Me imagino que correrías a esconderte por si el que tú llamas Nicolás decidía perseguirte.
-Erráis de nuevo, aunque aprecio vuestro insistente interés en mis reacciones primarias. En realidad corrí a esconderme, sí, pero por el riesgo evidente de que me alcanzara algún resto de aquel objeto volante: El bueno de Blitcher, que no me había indicado del todo bien el punto donde apuntar mis zarpas (luego he llegado a pensar que quizás la esencia etílica que se adivinaba en el aliento de su amo no se derramaba en un sólo gaznate), había conseguido que desgarrara el tirante, lo que había desenganchado súbitamente a tres de los animales y cambiado fatalmente la trayectoria de la cacerola marrón, que ahora se precipitaba contra una rocalla cercana.
-Me dejas sin palabras.
-Adivino que igualmente tuvo que quedarse Nicolás. En fin. Yo tenía bastante con salir corriendo de allí (tened en cuenta la lejanía a la que me encontraba de mi hogar, al que había llegado realmente a añorar en tan corto intervalo de tiempo). Así que traté de encontrar mi camino de vuelta, lo que me costó el resto de la noche, y al final llegué y os encontré a vos, con quien decidí descansar de estos acontecimientos, terribles para un gato de mi abolengo.
-Bueno, está bien. Ahora comprendo tu miedo y tu necesidad de esconderte.
-Me temo que no, señor.
-¿Cómo dices?
-Pensáis, si no me equivoco, que me hallo aquí arrebujado para ocultarme de un indeseable gordo vestido de rojo con la cara manchada de camuflaje de hollín (y a estas alturas llena de cicatrices), que estaría dispuesto a componer cualquier clase de receta culinaria conmigo. Pero nada más allá de mis miedos y preocupaciones.
-Sácame de mi ignorancia entonces, te lo ruego.
-Tened en cuenta que este barrio tiene muchos niños.
-¿Y...?
-Todos con grandes conocimientos sobre cómo torturar a los de mi especie.
-No lo dudo, pero no sé a dónde quieres ir a parar.
-¡Miao! Realmente me abruma vuestra falta de sagacidad... ¿Cuántos regalos creéis que se quedaron sin repartir por culpa del error de ese inconsciente de Blitcher? ¿Y qué pasa cuando un montón de niños se aburren sin sus regalos y salen a la calle? Os aseguro que no os gustaría ser gato en tal situación, señor.

10 comentarios:

Felideus dijo...

Como lector, y como entidad felina victoriana, debo confesaros, en justicia, que habéis compuesto un excelente relato navideño, lord Mardigal.

Felices fiestas tenga también, vuesa merced ;)

Jafma dijo...

Sería insensato, aparte de desagradecido, no desearos al menos el doble de esa felicidad a vos, maese Felideus :-)

Felideus dijo...

Os agradezco los agradecimientos lord Madrigal, y podríamos pasar así horas, intercambiando cumplidos y alborozados saludos, sólo por respeto a la cortesía, ese bien tan escaso y maltratado hoy día. Lo que me hace pensar que tal vez en alguna ocasión podamos escribir algo usted y yo, a cuatro zarpas ;)

Jafma dijo...

Estimado maese Felideus: el decir que se agitan sería vago calificativo para describir el efecto que vuestras palabras han tenido en mis zarpas (particularmente la que uso para perpretar algunos desaguisados creativos, que es incapaz de controlarse cuando ve la oportunidad de derramar sus excesos estilísticos).

Queda a su disposición para tal menester cuando estiméis oportuno, éste seguro servidor de vos,

Yo.

Felideus dijo...

Os tomo la palabra. En cuanto vea cumplidas ciertas obligaciones editoriales, no dudaré en ponerme en contacto con vos. Espero que mi Mefistofélica aparición, con toda su humeante parafernalia de azufres, no os alarme, cuando llegue el momento apropiado :p

Jafma dijo...

¡Qué alborozo! Me aseguraré de que en mi estudio las ventanas que dan al acantilado estén bien cerradas, el camino hacia los páramos despejado, un jubón de mi tamaño por si hace ventisca y he de salir a indicaros el último tramo del sendero, un fanal bien alimentado para el mismo propósito, mis infusiones de corteza de álamo (contra los efectos del azufre), los cuatro guantes de terciopelo para escribir y, si lo deseáis, un sorbo de absenta en la calidez de mi salón (mi calidad de abstemio me obligará a acompañaros con un destilado de frescas hierbas, no menos delicioso).

¿Debería quizás trazar un pentáculo en la biblioteca para facilitar vuestra invocación?

Felideus dijo...

Oh no, mi querido amigo, nada de pentáculos por favor, con unas lonchas de buen jamón ibérico será suficiente para atraerme a través del éter.

Jafma dijo...

XD

Pily B. dijo...

¡Te has salido! Y yo me lo he pasado pipa... Enhorabuena por el cuento, y por la idea de incluir tus libros y noticias... El Experimento PHAUNA, mooooolaaaaaaaa. ;-)

FELIZ NAVIDAD!!

Jafma dijo...

Muchísimas gracias, Pily... e igualmente :-)