V) Lo que oculta un reflejo
Hace mucho, mucho tiempo había una puerta hacia irrealidad que estaba cerrada. Era de tan leve sustancia, y sobre todo, se hallaba tan bien oculta entre la foresta de la realidad, que nadie había conseguido encontrarla.
Tras la Batalla de Sutil Influencia que Los Que Viven Detrás libraron contra los habitantes de realidad, los perdedores establecimos fronteras que impedían a nuestras libertinas (y destructivas) miradas posarse donde no debían. Aunque estábamos acostumbrados a que hasta entonces nuestros ojos no hallaran sitios prohibidos, los miedos que nos crecieron dentro hicieron que aguantáramos la inquietud y nos replegáramos tras rocas, paredes y techos. Esto acabó con la libertad del hombre (que ya no existe), pero tuvo también otros efectos perniciosos.
Uno de ellos fue que los muros crearon jerarquías, poderes, sumisiones y liderazgos.
Otro, de infinita mayor importancia para este experimento, fue la invención del espejo.
Pues nuestras miradas no podían posarse en muchos lugares tras la Batalla, pero aún había uno que estaba inédito: nosotros mismos. De ahí que ansiosamente buscásemos tranquilos manantiales donde contemplar nuestros egos, y más tarde puliésemos metales para admirarnos (o maldecirnos) al asomarnos a ellos. Finalmente sustituimos los toscos reflejos del agua o el metal por la perfección del cristal.
Ay, una vez inventado el espejo también crecieron los senderos hacia la puerta de irrealidad que había permanecido oculta. De nada sirvieron las malezas de ansia que crecían en sus jambas, de nada las enredaderas cargadas de frutos de acertijos que colgaban del dintel de piedra, de nada que la luz de ningún sol de irrealidad hubiera coloreado nunca el umbral. Infinitos caminos corrieron reptando entre los mundos hasta que todos los espejos quedaron conectados a esa puerta.
(Algunos investigadores de irrealidad sostienen que los espejos están conectados entre sí porque llevan al mundo feérico. Nada más lejos de la verdad).
Cuando uno se mira en un espejo durante un buen rato, cuando lo contempla con tal intensidad que es capaz de olvidarse del reflejo que le devuelve, entonces y sólo entonces deja de surtir efecto el moverse a izquierda o derecha, el acercarse o alejarse, el pedirle a quien esté en la habitación contigua que pase por el otro lado de la pared para comprobar si se produce un leve oscurecimiento en la superficie.
En ese momento quedaremos atrapados. Y es tal el peligro que corremos que si no viene alguien inmediatamente a apartarnos de allí, abrirnos bien los ojos y acercarnos una vela hasta que se nos vuelvan a dilatar las pupilas, ya nunca más saldremos de ese tremendo e inefable mundo. Pues lo que ocultaba el reflejo es el peor abismo al que nadie puede enfrentarse: no hay regreso una vez dado un paso más de lo debido.
Ah. La razón por la que los reflejos pueden hacerse desaparecer es bien sencilla: todo reflejo está hecho de engaños.
4 comentarios:
Sigo leyéndote con renovado interés en cada ocasión...
Ah, y muchas gracias por el enlace :)
A ti por formar parte de la red de exploradores de la irrealidad :-)
Uuuuf, esto es impresionante. Esta parte me ha enganchado todavía más. Y es que es tan bello y podría ser tan cierto eso de la batalla...
¡Qué imaginación, por Dios! Anonadada me dejas.
¡ENHORABUNA!
Me alegro de que te guste :-)
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