II) Lo que está vivo... a veces
En el mundo hay cosas vivas y cosas inertes. Excepto para un niño, que se desliza a menudo fuera de lo real, es relativamente fácil distinguir entre ambas categorías: lo inerte se define por carencias, estatismos e indiferencias; lo vivo, por el contrario, lo sentimos en mayor o menor medida como algo nuestro.
Ay, esto cambia un tanto cuando cruzamos la frontera hacia lo irreal.
Algunas cosas, en irrealidad, adquieren parcial o totalmente el atributo de animadas.
Qué objeto más vivo que un sofá, capaz de almacenar infinitas experiencias de presencias ya idas para susurrárselas a cualquiera que quiera escuchar con la oreja bien pegada: memorias de personas serias, alegres, amables, envaradas, agobiadas por la gravedad o a un tris de salir volando de tan efímeras o delicadas. Escenario de amor platónico y sexo salvaje que describirá con todo detalle con su voz socarrona; de absurdas disputas y efímeros bienestares; eventual soporte de posaderas inquietas que apenas trazarán su sello (de lo que apenas escucharemos un hipo), o paciente acogedor de cabezas durmientes que llegarán, quién sabe, a deformar un poquito y para siempre su esqueleto de madera, dando lugar a su interminable cuenta de achaques.
Qué cosa más servicial que un recipiente de vidrio con su voz de mando imperturbable, como un adusto capitán que impedirá diligentemente la expansión alegre de sustancias díscolas, reteniendo los afanes de cualquier preciado líquido por convertirse en un desparrame inservible o permitiendo que la mano relojera del cocinero encuentre en un santiamén la nuez moscada que de otro modo rodaría entre las rendijas de las mesas y los utensilios, hasta desaparecer.
Qué cuerpo, por fin, más paciente y callado (y fiel y modesto) que la pequeña mesita junto al sillón, que sin queja ni comentario alguno sostiene una burbuja de luz, historias, calidez y silencio a nuestra disposición para que podamos ausentarnos brevemente de nuestras cotidianas cuitas.
Está aquello que en irrealidad adquiere un bullicio vital exuberante (las mirillas, los espejos o las competitivas macetas), lo que delicadamente despierta para recordarnos que en realidad siempre había estado allí, aunque oculto a nuestra pragmática y prejuiciada mirada (las miedosas velas, los pausados termómetros o los marciales relojes), y también aquello de lo que apenas percibimos un pálpito fugaz del que dudamos inmediatamente pero cuya incertidumbre nos deja una huella indeleble (las esquinas, los pomos o el frutero).
En muchas ocasiones, créanme, es peligroso estar presente cuando lo real deviene irreal. No porque innumerables objetos adquieran vida en el proceso y nos comiencen a rodear expectantes. Sino más bien porque de lo vivo... dejamos de tener el control.
9 comentarios:
Qué bueno. Ex-celente.
Gracias, Pily :-)
¡Qué miedo! Me has hecho pensar en mi suegra. ¡Brrrr! ;-)
No preguntaré por qué, no vaya a ser que me respondas que por el título :-)
:-)
Muy muy interesante, J.A. Y me parece un paso magnífico, ¡quiero más literatura fantástica en la red! :)
¡Gracias por la visita, Santi (y por tu otro mensaje en la otra web)! Espero que os siga gustando lo que voy descubriendo en los límites de la realidad :-)
Ya mismo haré el anuncio público del experimento... qué nervios :-)
La verdad es excelente!!!
Gracias... y también por la visita :-) Novedades próximamente :-)
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